21 mar 2022

Rukeli

"Entonces tampoco habló...Qué iba a decir? 
Murió y tampoco publicó sus memorias"
-Maria Eugenia Kreisler-

Wilsche, Alemania, 1907.

Aquí nace nuestro hombre. En un pueblo situado cerca de Hannover una familia Sinti sueña con dejar atrás su pasado nómada para instalarse definitivamente en la gran ciudad. Johann Trollmann, séptimo de ocho hermanos, es un niño inquieto que no para de bullir. Sus padres, observando la hiperactividad del muchacho optan por trasladarse a Hannover apuntarlo a boxeo y esperar que deje de pelearse día tras día con sus hermanos. El chico es fuerte, apunta maneras y sus compañeros de cuadrilátero deciden bautizarlo con el sobrenombre de Rukeli que significa "árbol fuerte" en lengua romaní.
 
Johann es una finura boxeando y gana el campeonato alemán en categoría infantil con un estilo propio. Es sólido, ágil y veloz, una tempestad de fibra que flota como algodón homicida sobre el ring. Luego, como el que peina un arrecife de coral, se desliza y baila hasta extenuar a sus contrincantes con la arteria del errante anclada en sus ojos. Verlo boxear es un espectáculo y unido al atractivo personal hace que sus actuaciones pronto se llenen de jóvenes alemanas aficionadas al combate.


Pasan los años igual que pasan los adoquines de una ciudad que ya no reconoces y Rukeli consigue cada vez más éxito en el mundo del boxeo. O el buseu que decía mi madre.
Mi madre decía buseu y decía Carl Cable, mi padre orsaid y Yubriner. Juntos iban, según la brújula de la tarde, al cine o al combate. Luego, con el reojo invasor del reloj de los fugitivos, corrían hasta el carrer Petritxol a por una xocolta desfeta, o entraban en el bar del Foyer a fer café i fer manetes:

Les teves mans són com una primera volada, 
pla de fuga per un costat i per l'altre coll de dama.

Todo canta en esta imagen. Mi padre era vidriero y els vitralls del Foyer perpetúan la aspereza sangrante de sus manos.  
Es este último pensamiento el que obliga a ser amable con uno mismo. Supongo que es todo esto, lo que no se extingue pero tampoco se repite, las lenguas de la ausencia deseada donde habita la tormenta y habita la calma. Muertes con las que saborear expressos de nostalgia al ver de nuevo a mis padres sentados en una mesa del Foyer, fent café i fent manetes. Más jóvenes, más llamados de vida, pero siendo siempre los mismos.


                               
El desafío es seguir navegando por un océano de hollín bajo un cielo que anuncia intensas nevadas, i fer del present barques gitanes de peix gros amb el talús humit per les petjades de guerra.
En la primavera de 1928 y con veintiún años Rukeli es convocado por la federación alemana para participar en los J.J.O.O. de Amsterdam, pero una decisión de última hora  llevada por el Partido Nacionalsocialista, que está escalando posiciones e intenta implantar la idea de la perfección de la raza aria, prohíbe su participación. Su estilo no es lo suficientemente alemán, alegan. Lo cierto es que no gusta que un joven gitano sea el representante de Alemania y menos en un deporte tan popular como el buseu.

Hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear, escribió Bolaño. A Rukeli le tocó vivir los dos en un mismo momento. La prensa deportiva lo rebautiza con el sobrenombre de "El Gitano" y le llueven las críticas por su forma de boxear, dicen que es un amanerado bailarín gitano que no sabe pegar, que su estilo no es lo suficientemente alemán. Pero el carácter de Rukeli es fuerte, se aprende de distancias, y a pesar de la inclemencia a él le menguan las nubes y le crece la danza y lo primero que hace es pedir a su madre que borde la palabra Gitano en su calzón. 


Por la calle de las tiendas oscuras transita Junio de 1933, el año que Hitler llega al poder, y el nacionalsocialismo reorganiza los clubes de boxeo discriminando todos los deportistas de no raza aria. En pleno campeonato nacional Rukeli logra llegar a la final en un ambiente tenso, muy poco propício. Pese a ello derrota a su oponente ganando todos los asaltos, pero los jueces declaran el combate nulo, según el acta: el púgil luchó como un gitano y no como un hombre para luego llorar como una mujer. 
Unas semanas más tarde, para dirimir quién es el campeón nacional de boxeo, le organizan un combate contra Gustev Eder, un boxeador pro-nazi conocido por su enorme capacidad física. No suficiente con ello la federación alemana le prohíbe moverse sobre la lona.



El filo del diamante no tiene clemencia cuando roza la superficie del cristal. Rukeli lo sabe y sabe que sus días como boxeador están contados así que acude al combate con el pelo teñido de rubio y el cuerpo rebozado en harina y allí, inmóvil, en el centro del cuadrilátero, sin distancias trazadas ni danzas que abrasen, el Gitano soporta golpe tras golpe hasta caer fulminado en el quinto asalto. 

Pasa los siguientes años malganadose la vida entre peleas clandestinas y maltrechos espectáculos hasta que una noche conoce a Olga, una mujer alemana que origina el prodigio de cambiar la crudeza de unos puños estériles  por el lenguaje del amor suave. Olga y Rukeli tienen una hija pero la felicidad ya es un rostro fugaz que a duras penas sobrevive.

La carretera acerca un adios por cada kilómetro recorrido. El olor de la confusión anuncia los días del hierro. Traquetea la vida como la torpe danza de un mutilado. 

Rukeli es destinado al frente del Este. En un desesperado intento por salvarlas decide divorciarse para que su hija adopte el apellido de la madre. En 1938 con la declaración de la Ley para la Lucha contra Gitanos y Maleantes es esterilizado y encerrado en el campo de exterminio de Neuengamme, donde le obligan a trabajar hasta el desmayo. Durante la noche los guardias organizan combates contra un Gitano que vencido se deja vencer a cambio de  casquería y comida rancia hasta que una noche, en un último round, el Gitano no puede más y revienta a un guardia a puñetazos. 

Sesenta años después, en una apagada plaza de una ciudad muda la asociación de boxeo alemán retorna a su hija el título de campeón junto a una escultura de cemento tan gélida como un holocausto.

Tú, que eres la última de los transeúntes que te busca, debes transformar el vuelo en pájaro, el bosque en árbol, el aroma en jardín. Y no decírselo a nadie.
Johann Rukeli Trollmann, un amanerado bailarín gitano que no sabía pegar.


 

2 comentarios:

  1. El silenciar perpetrado por los tunantes con estandartes y brazaletes de hipocresía, el de los de nacionalismos infames que queman las raíces pardas de nuestras cunas, se transforman en catapultas de flores que iluminan los rincones oscuros de nuestras ramas, a través de tu voz.
    Gracias pirata.

    “La polilla noqueada”

    ResponderEliminar