31 mar 2013

las habitaciones del invierno

hay habitaciones que son invierno,
camas como opiáceos 
que con el paso del tiempo 
amansan olas de fuego,
analgésicas estancias de algodón y vendas paliativas,
donde el amor no tiembla más de la cuenta
y la pasión es yodo elaborado con morphina.

estancias que detesto como detesto cualquier tipo de continencia,
cuerpos insatisfechos que privan de la lluvia con su horrible cautiverio,
corrientes inanimadas donde la carne no combustiona
ni se desparrama.

sondear el fondo en un incendio provocado que reviente las ampollas a mordiscos
y dar muerte contra el suelo
-o contra el abismo-
hasta que los dioses purguen la negligencia del remanso
y la tibia comparsa del amor edulcorado.

hundir dientes en la carne embriagada de rugidos,
-estrepitosamente vivos-
porque hubo un tiempo donde amar era libre y no un esclavo formulismo,
un tiempo donde hombres y mujeres acostumbrados a la caza
alumbraban con luz extraordinariamente lasciva
hasta la última de las cuevas más profundas
un tiempo
donde las fauces impedían soltar presa y el placer florecía como la mejor de las miserias,
un tiempo
donde los orgasmos goteaban por el suelo
y la obscenidad era un dedo que llegaba al fin del mundo:

como un amigo secular,
un sonriente,
un embriagado satisfecho
bebiendo de todas las tabernas y burdeles de tu cuerpo.




21 mar 2013

nueve céntimos de euro


mira
hay combates que tenemos perdidos de antemano:
te lo digo y una necrosis personal
se filtra como lluvia empapando mis escombros,
y pese a ello,
no debemos arrojar la toalla,
pues también sobre la lona se aprende a bailar
a golpes extremos y batiéndonos con saña.

cuando suene el gong
-como una orquesta de relámpagos-,
la sangre se agolpará por tus sienes.
es la bella septicemia,
el desfile de todos los latidos subterráneos,
una tribu de bastardos
que se arrastra hasta tu náusea más profunda.

a merced del oponente
cada grito de libertad omite una advertencia,
a merced del oponente
cada golpe de dolor nos abraza y oxigena.

noqueados sí,
pero por la fuerza y la belleza de un poema
nacido a golpe de laringe,
o en las entrañas más profundas de los barrios de uno mismo.

poemas que no olvidan
que en las casas más limpias
se encuentra la gente más sucia,
o que en nuestra choza mugrienta
el taxímetro de la tristeza
siempre marca más de la cuenta

pero hoy,
amor mío,
al vaciarme los bolsillos
he encontrado nueve céntimos de euro.

y un poema.

no soy de amañarme los combates,
ni de codearme con poetas atildados,
así que bien mirado,
esto es todo lo que tengo:

una fortuna
para un mundo tan precario de ilusiones.



3 mar 2013

los escalones de la miseria

podemos ensayar el desentierro de nuestro tiempo
y que nos persiga el poema hasta asesinarnos a pedradas
a fin de cuentas somos él,
y él
es más nuestro que el desprecio.

recorreríamos así todos los espacios incrustados del cerebro:
las balas de la niebla y la distancia,
el puñal  furioso de largo recorrido,
las noches donde alimentar los horrores
sitiados entre amargos aullidos proferidos al vacío.

todos los escritores verdaderos se muestran unánimes ante este hecho:
el poema debe matarnos,
o tal vez no,
pero sabemos que en medio de nuestras desgracias
siempre habrá besos de sardinas y playas donde encender la noche,
fogatas que aún arden sobre las rocas
mientras nuestros ojos se estrellan contra los escollos
sin que nadie vea pasar nuestro dolor
sin socorro alguno,
sin salvavidas que nos lleve hasta la orilla.

sucumbir a lomos del recuerdo
horriblemente maltratados por el salitre y la amargura,
hasta arriba de opio,
como un orgasmo veleidoso.

en medio de nuestras grandezas
-o de nuestros desesperos-,
siempre habrá recuerdos tristes,
o recuerdos bellos,
escalones de miseria que nos conduzcan a costas desiertas,
costas que muerden el labio
y después el pecho.

algunos pesan como yugo en el cuello de los bueyes,
otros resplandecen con la furia de un cielo abierto,
fresco,
extraordinariamente vivo y corpulento.

y nos acodamos tras el ventanal de nuestras sienes
para verlos pasar y recogerlos,
refrescarlos,
devolverlos a la vida,
bañarlos en sudor frío
mientras nuestros ojos se desbordan entre espinos.

sí,
podemos detener el tiempo,
en un poema,
o en un silencio,
o en una triste ola de sangre donde nazca el sol
y el viento nos sople favorable.

parece cosa de dioses
pero nosotros no somos dioses,
somos muchísimo menos que eso,
somos bestias
bestias que no son nada.

sólo los hombres crean dioses
y les dan caza.