3 mar 2020

perros ladrando a la mar



cada despedida es un roto,
un culto a la soledad,
un derrame de tristeza.
cada despedida son perros ladrando a la mar,
la herrumbre del pecio incrustado en la aorta,
el desgarro del sextante.

naufragamos al partir
porque cada despedida parte,
y partir es quebrarse.

luego podemos perseguir al poema hasta asesinarlo a pedradas
a fin de cuentas somos él
y para nosotros no debe existir mayor desprecio.

matarnos,
con un puñal  furioso de largo recorrido,
con noches de insomnio donde alimentar el horror
sitiado de recuerdos aullido y vacíos.

noches con sabor a sardinas a la brasa y el temblor de un beso entre los senos,
fogatas que ardieron sobre las rocas
con los ojos llenos de escollos
y el fresco gruñido de la mar
bramando con la furia de un cielo abierto
extraordinariamente vivo,
corpulento.

pero ahora que existe esta fragilidad,
tan débil,
tan horriblemente maltratada por el salitre,
parto sin socorro alguno.
y me cardo hasta arriba de opio,
triste como una costa sin mar,
un vendaval de lágrimas,
un poema desbordado de espinos
arrancado de sol
y en donde el viento del desorden,
mamá,
por fin me sopla favorable