5 feb 2020

Isadora Duncan

Había conocido en mi vida a los más grandes artistas y a la gente más culta y triunfadora, pero ninguno de ellos era feliz, aunque algunos lo simularan. Detrás de la máscara podía adivinarse, sin mucha clarividencia, la misma angustia y el mismo padecimiento. Y es que en este mundo no existe quizá la dicha. No hay sino momentos felices.

He llegado a convencerme de que la atmósfera constante de lujo nos lleva a la neurastenia.


La mejor herencia que se le puede dar a un niño para que pueda hacer su propio camino, es permitir que camine por sí mismo.


Nací a la orilla del mar, y he advertido que todos los grandes acontecimientos de mi vida han ocurrido junto al mar. Mi primera idea del movimiento y de la danza me ha venido seguramente del ritmo de las olas. Nací bajo la estrella de Afrodita.


Así, en algunos días imaginativos, mi cerebro es como los cristales de un ventanal, por los cuales viera bellezas fantásticas, formas maravillosas y los más ricos colores. Otros días, veo sólo a través de unos cristales empañados y grises, y todo es un hacinamiento de inmundicia, llamado Vida.


Si podría decirte lo que se siente, no valdría la pena bailarlo.


Si pudiéramos penetrar en nosotros mismos y extraer los pensamientos como el buzo extrae las perlas... ¡Preciosas perlas de las ostras cerradas del silencio, en las profundidades de nuestra subconsciencia!


Día tras día visitábamos el Louvre y apenas si podían echarnos a la hora de cerrar. En París no teníamos ni dinero ni amigos, pero tampoco necesitábamos nada. El Louvre era nuestro Paraíso.


Entre los espectadores que me aclamaban en la sala, había un joven húngaro, con facciones y estatura de dios. Aquel joven debía transformar a la casta ninfa que yo era entonces en una bacante salvaje y desenfrenada.


Empecé a bailar en el momento mismo en que supe mantenerme en pie. He bailado toda mi vida. El hombre, la Humanidad, todo el mundo debe bailar. Así ha sido y así será siempre. Es inútil que se interpongan algunos y que no quieran comprender una necesidad


Mi lema: sin límites.


El arte no es necesario en absoluto. Todo lo necesario para hacer de este mundo un mejor lugar para vivir es el amor.


Aquella noche, en mi cama del tren, soñé que saltaba desnuda, por la puerta a la nieve, y que me abrazaban, me rodeaban y me helaban sus brazos de hielo. ¿Qué hubiera dicho el doctor Freud de este sueño?


Ninguna mujer ha dicho toda la verdad de su vida.


Fuiste silvestre una vez. No te dejes domesticar.


Danzar es sentir, sentir es sufrir, sufrir es amar; Usted ama, sufre y siente. ¡Usted danza!


Adios mis amigos; voy al amor