un hueco plomizo que me visita cada madrugada
impidiéndome exhalar con entusiasmo
-o con cercana tristeza-
el aire insoportable de mí mismo
despedazando con silencio letárgico cualquier vislumbre de recuerdo.
me besa la nada el despertar con su aliento de vacío
un vacío sin mesura,
catastrófico,
igual que un mar desolado sin oleaje ni vida,
ciertamente no es nada estimulante
os lo aseguro,
y cuando por fin me incorporo de la cama
se encarama a mi espalda arqueándola como alucinación gatuna,
ordenando el desembarque de mis hombros,
agarrándome el corazón
-esa carne podrida que tanto se asemeja a mí-
para hundirlo y enmudecerlo
todavía un poco más,
arrojándolo a un fondo repleto de vacantes y silencios
sin nauseas ni certezas
porque la nada no necesita mentir,
ni es piadosa,
no acude con denuncias ni delirios elocuentes
con tácitas explicaciones de esto o aquello
a tratar de convencer que su nulidad es el absolutismo necesario de un vacío
que su conversación libre de triunfo
-o de derrota-
es sólo el vértigo de un foso carente de precipicio,
nada de eso precisa la nada
y elabora su abominable oquedad
para que los desconcertados escalofríos
mueran sosegadamente en sus deshabitadas palabras.
la temo y la detesto,
su ofuscada cavidad resplandece en la tiniebla
y las horas de ausencia absoluta son silencios que nunca terminan,
como una exploración del universo,
porque la nada es el testigo y la estrategia de un desocupado vacío
una indiferencia sutil que desarraiga cualquier sentimiento
el símbolo blanco de una bandera aséptica
la inconcesión de cualquier emoción
el lamento de un grito enmudecido.
y así,
desprendidos de sueños y enigmas
de alegrías vaporosas y tristezas abocadas al desierto,
finalmente descubrimos
que no hay nada peor que la nada
que tan sólo nos espera un vacío de nunca jamás
abarrotado por un tiempo infinito de no algo.
y eso es todo para aquellos que sufrimos la gran nada
la terrible ocupación de nuestro olvido.