nunca deberíamos dejar de palpar esa sensación
-agradable y placentera-
de unos pies empapados en sal.
tratemos de llegar al mar
-sea de la forma que sea-,
soportando el peso de la cama y el recuerdo
poderoso de unos cuerpos.
encender un cigarrillo
como si fuera la primera cosa que hacemos juntos
con los ojos abiertos y los pies desnudos.
llegarán las primeras arrugas de la humedad,
jaleantes
nos acariciaremos los pies:
el dedo gordo y arrugado,
casi rasposo,
-igual que la lengua de un gato-,
el vibrante mediano,
el pequeño tímido.
los palparemos
igual que se palpa un trapo húmedo y viejo
empapados
como ancianos amantes que tratan de llegar al mar.