mientras anoche te bebías temeraria todas las aguas fecales que callas
a mí me interrumpió un infinito desgarro,
un dolor profundo y denso
que por momentos parecía dormitarme el pecho y la vida.
su rugido me arrastró poderoso y no quise escapar del furioso frío,
traté de retenerlo unos segundos más,
grité:
-canalla,
no quiero morir¡-
pero el frío era horrible e insoportable y no pude resistirlo
me quedé inmóvil,
confortablemente paralizado,
apeteciblemente muerto
entre una mezcla de terror y sosiego.
entonces te vi pasar con voz de luz y gemido:
- no sé si vomitar o llorar-
y quise lanzarme en tus brazos de cosaca,
encerrarme en tu siberia destruida,
pero hacía tanto frío
que ya había heredado una postura estatuaria e impertinente,
tenía que recomponerme y tratar de vivir por todos los medios
estaba muriendo ante la linea de hielo y no podía permitirlo.
vomité,
vomité un mar de lágrimas y sollozos,
vomité encima de todos los poemas dramáticamente radicales,
en la garganta de los indeseables,
en cada una de las gotas prisioneras del mar mediterráneo,
en las situaciones donde el punto de partida es el punto más lejano,
en todos y cada uno de los orgasmos formales que velan la ciudad de barcelona
en la petrificación de este mundo descompuesto
en los archivos roídos de un sanatorio mental.
vomité aplomado y dolorido
precipitadamente encima del banquete de platón,
y en el espeso tonel de diógenes,
vomité una noche de sangre por las esquinas de gràcia
debajo del sucio silencio,
encima de los gritos pulcros.
vomité con la fuerza de un ser vivo enormemente furioso
los escombros de las horas y el retén de los suspiros
el cigarro sobre la piel ignífuga
la castración del satisfecho.
vomité casas de paja
y una ciudad de porcelana,
hembras loba y hombres tronco,
pollas pulcras
coños de hacha.
y llegué hasta aquí
víctima de la noche y la distancia
animal desnutrido y absoluto,
fauces de bestia inmunda que nunca debiste besar:
oh criatura
extremadamente desnuda y perra,
llora otra bala nueva
y otórgame el tiro de gracia.