el barco era capaz de devorar capitanes, marineros, el golfo pérsico, el mundo entero. incluso autodevorarse en un hermoso catabolismo de madera y viento.
ahora, asomado al remolcador de sus ojos, el sol amanecía despacio, como una pequeña isla custodiada con luz de refinería.
brillaba, creciente, entre penumbras cubiertas de pies descalzos.