Hoy es la última vez que nos vemos. Esta es nuestra última sesión doctor. En cuanto se agote el minuto cincuenta y nueve saldré por esa puerta y mi trasero le contoneará un adiós definitivo.
No, no me mire con cara de hastío condescendiente doctor, no es un arrebato, no es una crisis, es la lucidez que proporciona el haber mandado al carajo sus pastillas.
Ese cóctel de colores que alienaba mis ideas, mis inquietudes, mis miedos, mis decisiones. Que las ponía cara la pared como quien castiga a un niño por haber saltado en la cama, por haber arrugado las sabanas, desalineado los cojines, formado ovillos gigantes con la colcha y cuevas imaginarias con los adornativos almohadones de plumas. Castigar el desestirado de las tensas telas que se mantienen justo al límite del punto de rotura. Ese punto donde todo es liso, de un horizontalidad irrefutable, de una llanidad sobrecogedoramente plana. Ese tensado de fibras que permiten hacer rebotar una moneda en su centro sin causar ningún ruido ni formar huella.
Se acabó doctor, yo quiero usar la cama, revolverla, dormir de través, que me cuelguen las patas por lo ancho, rodar como una croqueta en sartén hirviendo hasta caer sobre la alfombra, lanzarme de espaldas sobre los cojines, revolcarme entre los almohadones, reseguir las manchas inlavables de los centros donde se alojan los cuerpos, acurrucarme en un ovillo desordenado de telas cálidas. Levantarme y volver, al caer el sueño sobre mis ojos, y reencontrarme con el desorden de una vida explicada en arrugas, bultos y puntas desmetidas de sus bordes.
Sí doctor, se acabó el medicarme, se acabó el repiqueteo de su bondacidad de plástico sobre mi mente, de su maldacidad de pacotilla hurgando con morbosidad en mis fantasías para luego condenarlas con asqueado desdén. No voy a sucumbir de nuevo a su empecinamiento de mantenerme dentro de un malsano confort gris de asentimientos, aceptaciones y sumisión civilizada.
Se acabó tragar su mierda tibia doctor, y se acabó porque por fin tengo un motivo.
Si doctor, tengo un motivo. Este se reveló en un momentum catártico, justo cuando la última de sus adormideras de farmacia perdía efecto y mi mente reventaba candados.
Y mi querido doctor, mi queridísimo doctor, es asombroso lo liberador que es encontrar un motivo, rotundo, puro, simple, sencillo y claro. Que sublime! incluso Dios hubiera llorado de envidia si hubiera existido.
Porque doctor ¿Se ha percatado de que los humanos necesitamos cien motivos más dos para querer seguir viviendo al despertar y solo uno por el que morir al acostarnos y así poder dormir?
¿Ha encontrado su motivo doctor o sigue sin conciliar el sueño por las noches? ¿Sigue su cama cruelmente libre de arrugas, doctor?