escribir para olfatearme como auténtica prueba de cobardía.
tomo café,
fumo en exceso,
y viceversa.
no existe sonido más bello que el gorgoteo candente de una cafetera vieja ni soledad más placentera que la primera calada de un cigarrillo nuevo.
enciendo el televisor antes de que el abismo se me clave en el pecho:
veo un programa de decoración que suele emitir un canal de pago;
no soporto el feng shui,
lo odio tanto como odio la distribución de las emociones, la canalización de los besos,la orientación forzada de un abrazo.
si organizamos la pasión como organizamos los muebles de una casa terminaremos nuestros días tras los barrotes de una paz
interiormente decorada.
la pasión
-como la desnudez-
debe navegar sanamente libre y deshumana,
igual que papillon y su balsa en el mar de la guayana,
porque hubo un tiempo en que desordenamos el aire para propagar el fuego,
hubo un tiempo donde una sonrisa bastaba para curar las heridas
y descubrir a la mañana siguiente
que no habían cerrado en falso,
hubo un tiempo donde gritamos a todo volumen el escándalo de una mirada mientras nos sumergíamos en un mar de caricias
como si dispusiéramos de un cuerpo eterno para gastarlo.
el feng shui de la pasión terminará sus días como fiera enjaulada,
hambrienta, enloquecida por hazañas pasadas,
y nuevas gentes de la ciudad acudirán a su minúscula estancia a observar como la bestia muere triste
desganada.
a los pies del lugar rendirán honores vencidos,
recordando la curiosidad perdida de ese muchacho inexperto,
llorarán como eternos imbéciles el tacto y el olor de esos cuerpos
y finalmente regresarán a sus casas
con un trocito de paz incrustada en las entrañas.
.
hemos venido a este mundo para atravesarnos el aire,
para morder los labios antes que se hagan muros,
morir tras el tacto de un escalofrío absoluto,
y florecer los ramos marchitos de las ventanas de los prostíbulos.